Paradoja

Percepciones Francisco Tijerina Elguezabal
“Una cosa no es justa por el hecho de ser ley. Debe ser ley porque es justa” Montesquieu
Desde hace años he sostenido que a nuestra comunidad le hacen falta líderes, prohombres, ejemplos a seguir, aún y cuando contamos con destacadísimas personas en diferentes ámbitos, pero esa cualidad de sobresalir y ser reconocido por toda una sociedad, se ha ido perdiendo poco a poco. Recuerdo cuando niño la admiración y respeto que significaban hombres de la talla de don Eugenio Garza Sada, don Adrián Sada, don Rogelio Cantú, don Ramón Cárdenas Coronado y tantos y tantos más, que eran ejemplo y guía para la ciudadanía; hombres que no se conformaban con hacer bien su trabajo, sino que también se preocupaban por tener una mejor ciudad y una mejor sociedad. Uno de los pocos con los que aún contamos en nuestro tiempo es don Gustavo de la Garza Ortega, empresario, exitoso profesional y sobre todo un hombre comprometido con la comunidad que desde hace años, y de acuerdo al manual no escrito de esos brillantes seres, no pregona ni hace alharaca de sus obras, ayudando, apoyando y beneficiando a muchísimas personas e instituciones. Con don Gusto me he identificado por su relevante trayectoria profesional y por su pasión por dos cosas: las telecomunicaciones y la música, disciplinas que me han servido de base para formarme a lo largo de la vida. Ese amor por la música hizo que don Gustavo construyese en su casa la mejor sala de conciertos de la ciudad, recinto que nació además con el firme propósito de servir para que los jóvenes amantes de la música tuviesen un lugar especial para practicar. La violenta clausura emprendida por el alcalde de San Pedro, Miguel Treviño de Hoyos, de este lugar, resulta una paradoja y una sinrazón, porque si a esas vamos hacen mucho más daño los antros de San Pedro operando fuera de horario o las fiestas con karaoke a todo volumen que se viven a diario en los sectores más privilegiados y los más pobres del municipio. ¿Por qué o para qué fastidiarle la existencia a quien no lucra con la difusión de la cultura y las artes? ¿Por qué cerrar el paso a un hombre que apoya a escuelas e instituciones sin pedir nada a cambio? La justicia tiene como esencia eso, ser justa y en ese sentido valdría la pena preguntarnos, ¿a cuántas personas puede perjudicar en realidad un recinto cerrado al interior de una
propiedad y cuántos son los beneficiarios de la obra de don Gustavo? El alcalde Treviño se equivoca al tener mal su escala de valores. Toda esa fuerza y violencia debería emplearla en combatir los verdaderos males que aquejan a San Pedro y no a un prohombre que busca el bien de la sociedad. ¡Ánimo don Gustavo, los buenos somos más!
CULTURA DL TRABAJO
Percepciones Francisco Tijerina Elguezabal
“Nuestra vida vale lo que nos ha costado en esfuerzo” François Mauriac
Hace unos días me encontré en las redes sociales una imagen que me hizo recordar tiempos idos: un montón de chamacos se arremolinaba en torno a las pilas de periódicos en las puertas de la editora para sacar sus ejemplares e irlos a vender. Los recordé con nostalgia y afecto, los pequeños voceadores, aquellos que de pronto aparecían por la madrugada o al mediodía y corriendo con su paca de papel recorrían calles y avenidas hasta llegar a las colonias más alejadas anunciando con su grito el nombre del periódico que vendían. Y con ellos me recordé otra imagen, la de los boleritos, esos niños que armados con un cajón de madera andaban por doquier buscando a quien lustrarle el calzado para agenciarse unos pesos. Hoy, ni unos ni otros existen, de pronto desaparecieron y con ellos se fue una parte importante de nuestra tradición de inculcar en las nuevas generaciones la cultura del esfuerzo y el trabajo. Me viene la mente la cara de felicidad de un par de pequeños que una tarde en el bar “Los Chapeados”, en la esquina de Padre Mier y Porfirio Díaz, llegaron a buscar clientes para bolearles los zapatos con sus implementos en una bolsa de plástico. Ahí se encontraba don Jesús Dionisio González y cuando lo abordaron les preguntó que por qué no traían el tradicional cajón y la respuesta fue obvia: “porque no tenemos y no hay dinero para comprarlo”… el ex alcalde y empresario de medios de comunicación alzando la voz llamó a su eterno chofer, “Pilo”, y le ordenó sacar de la cajuela de su coche dos cajones de madera nuevecitos que les regaló y que venían surtidos de tinta, grasa, cepillos y franelas y al entregárselos les dijo: “¡Ahora sí, a trabajar muy duro!”. Los parroquianos en la cantina del señor Robles no dudamos en contratar los servicios de los boleritos, aún y cuando traíamos los zapatos limpios, para secundar la buena acción de don Jesús. Las generaciones de hoy no saben ni entienden de estas cosas, no se imaginan que la fortuna de Carlos Slim comenzó cuando siendo niño comenzó a vender dulces entre sus familiares y conocidos. Hemos invertido la escala de valores y hoy pretendemos facilitar el camino de nuestros hijos buscando que hagan el menor esfuerzo y en eso nos hemos equivocado.
No tuve necesidad de hacerlo, pero tuve mi cajón de bolear por gusto y le lustré el calzado a mis tíos, abuelos y amigos de mis padres para ganarme unas monedas. La lección la recuerdo con cariño. Tenemos que cambiar, debemos volver a esos tiempos y enseñar a nuestros jóvenes el valor de las cosas y el tesoro que significa el esfuerzo personal.
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