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  • Foto del escritorJosé Luis Elizondo T.

El incierto futuro de PEMEX




José Luis Elizondo Treviño

 

Si mi general Lázaro Cárdenas resucitara y le diera un vistazo a los estados financieros de PEMEX, la empresa que él fundó en 1938 para evitar que las empresas extranjeras se beneficiaran con nuestro petróleo, seguramente se infartaría de inmediato.

 

La expropiación petrolera ocasionó un enfrentamiento con poderosos países cuyas empresas petroleras extraían el oro negro del suelo nacional, enfrentamientos que el Presidente Cárdenas logró resolver por la vía diplomática y el pago de las indemnizaciones correspondientes.

 

La paraestatal está dejando de cumplir los objetivos fijados desde su creación, los que se sintetizan en el fomento al desarrollo, la industrialización y la capitalización del país, así como abastecer de energéticos baratos a la economía y contribuir a la salud de la balanza de pagos.

 

Hoy es la empresa petrolera más endeudada del planeta, con un adeudo de 105.1 millones de dólares, de acuerdo al reporte del primer trimestre del presente año que presentó su Consejo Directivo, cantidad superior por mucho a la segunda petrolera más endeudada del mundo, que es PETROBRAS, cuyos pasivos ascienden a 69,805 millones de dólares, con el agravante de que PEMEX enfrenta una baja en los niveles de producción y una alta carga fiscal.

 

Los analistas señalan que la deuda de PEMEX ha crecido por varios factores, entre los que destacan el declive en la producción, una caída en los precios internacionales del petróleo (el barril de la mezcla mexicana bajó de 100 dólares en 2004 para caer a 30 dólares en 2015) además de la falta de inversiones en el campo de la exploración y gastar recursos en negocios que le generan pérdidas como la producción de combustibles y el negocio de fertilizantes.

 

Por ello, durante el 2021 y parte del 2022, es decir, durante la pandemia de COVID¸ ante la baja producción y precios deprimidos, la Secretaría de Hacienda se hizo cargo de pagar las amortizaciones de la deuda de PEMEX, además de inyectarle recursos frescos a la paraestatal.

 

La inversión en la refinería “Olmeca” en Dos Bocas, Tabasco, fue anunciada en un inicio en 8 mil millones de dólares, pero se disparó a 16 o 17 mil millones de dólares, según en un informe de la Comisión de Bolsa y Valores de Estados Unidos.

 

El retorno de la inversión se ve bastante lejos, ya que el margen de ganancia en gasolinas es mínimo comparado con la ganancia que deja el petróleo crudo, por lo que el siguiente sexenio habrá que invertir más en exploración, ya que el mejor yacimiento del país y uno de los más importantes del mundo, la plataforma Cantarell, inició con una producción de 2 millones de barriles diarios del crudo en el año 1998, actualmente solo produce 130 mil barriles diarios, y su extracción cada vez será menor hasta agotarlo por completo.

 

No obstante a la enorme deuda de la paraestatal, la declinación de su producción petrolera y los altos intereses en de las operaciones crediticias en el mundo, las calificadoras Standar & Poor y HT Ratings le otorgan una calificación de estable, sólo la empresa Moody’s le otorga una calificación negativa; lo que significa que los mercados internacionales confían en que PEMEX será rescatada por el gobierno mexicano, con el dinero de los mexicanos.

 

Para las y el candidato a la Presidencia, PEMEX será una piedra en el zapato. Sólo Xóchitl Gálvez se ha pronunciado directamente con respecto a la petrolera, quien ya declaró que privilegiará la exploración y la producción de petróleo, además de promover la transición energética a energías limpias. Claudia Sheinbaum no se ha pronunciado directamente sobre el futuro de PEMEX, pero si ha dicho que su plan energético se relaciona con energías renovables y el gas natural, mientras que Jorge Álvarez Maynez, de acuerdo a una búsqueda en internet, al parecer, hasta ahora no ha hecho comentarios al respecto.

 

Po ello, lo único cierto para PEMEX, es su incierto futuro.


Elecciones sangrientas. Una amenaza a nuestro débil sistema democrático.


José Luis Elizondo T.

 

En medio de las expectativas ciudadanas por las elecciones que celebraremos el próximo 2 de junio, las que serán cruciales para el destino de nuestra nación, nos consterna y horroriza el sombrío recuento de vidas perdidas de precandidatos y candidatos en diversos en actos de violencia electoral. 

 

La reciente retención de la candidata a la presidencia Claudia Sheinbaumen un recorrido por el estado de Chiapas por parte de integrantes del crimen organizado, demuestra hasta que grado ha crecido la violencia electoral. 

 

En estas elecciones ensangrentadas, al menos 37 personas han sido asesinadas impunemente, cifra que supera los crímenes cometidos durante el proceso electoral anterior, y aún quedan 38 días de campañas. Este terrible panorama nos obliga a reflexionar profundamente sobre el estado de nuestra democracia y el futuro que queremos para nuestro país.

 

Cada vida perdida es un doloroso recordatorio de la fragilidad de nuestras instituciones y de la urgente necesidad de fortalecerlas. Detrás de cada número hay familias destrozadas, comunidades traumatizadas y un país que se aproxima a un abismo marcado por la intolerancia y la violencia. Como lo han señalado algunos políticos, la democracia no puede florecer en un terreno regado con sangre y sembrado de miedo.

 

Los mexicanos condenemos enérgicamente estos actos de violencia y exigimos justicia para las víctimas y sus familias. No podemos permitir que la violencia se convierta en la moneda de cambio de nuestras elecciones, ni que el miedo silencie nuestras voces y coarte nuestro derecho fundamental a elegir a nuestros representantes.

 

La democracia no consiste solamente en un ejercicio de votar en las urnas; es un compromiso con los principios de igualdad, justicia y respeto mutuo. La violencia electoral socava estos principios fundamentales y amenaza con sumirnos en la oscuridad de la dictadura y el autoritarismo.

 

Es hora de que todas las fuerzas políticas, la sociedad civil y las autoridades competentes se unan en un frente común contra la violencia electoral para fortalecer nuestras instituciones democráticas, garantizar la seguridad de todos los actores políticos y promover el respeto y la tolerancia.

 

Solo así podremos asegurar un futuro en el que la democracia sea verdaderamente, como afirmara Abraham Lincoln “el gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo”.

 

 

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