José Luis Elizondo T.
La educación es un proceso social sumamente complejo y delicado, porque hay una diversidad de factores influyen para estar en posibilidades de alcanzar resultados satisfactorios de aprovechamiento escolar en los educandos, además de la enorme cantidad de recursos económicos que se requieren para administrar un sistema que cada vez deja más dudas de su efectividad.
Empecemos por reconocer que administrar el sistema educativo representa un reto enorme. De acuerdo a la estadística educativa publicada en el portal de la SEP, en el ciclo escolar 2019-2020 estaban inscritos, en todos los niveles educativos de las instituciones públicas y privadas de México, 36,518,712 estudiantes atendidos por 2,074,171 docentes.
Decenas de países del mundo tienen una menor población que la que atiende el sistema educativo nacional. Países como Marruecos, Venezuela, Ecuador, Perú o Arabia Saudita son algunos de los que registran menos población que el alumnado del país. Además, tenemos en México más docentes en todos los niveles educativos, que la población total de Kosovo, Luxemburgo o Letonia.
Construir y dar mantenimiento a miles de aulas, tener maestros disponibles, preparados y capacitados, distribuir oportunamente los libros de texto gratuitos y los materiales didácticos necesarios, por mencionar algunas tareas, es una tarea abrumadora que requiere un sistema administrativo enorme, costoso, burocrático.
Ya ni hablemos de los contenidos educativos o de las estrategias didácticas que se utilizan para aprovechar al máximo la inversión social que el gobierno realiza, con nuestros impuestos, en el sistema educativo.
Es lamentable que las propuestas que llegan a formularse para mejorarlo la operatividad del mismo, se centren en paradigmas tradicionalistas: más
presupuesto, más escuelas, más maestros, más alumnos, más clases, más materias, más horas de clase, más días de clase, etcétera.
Hace falta una mayor capacidad creativa e innovadora de los actores involucrados, considerando siempre las profundas transformaciones que la sociedad mexicana y sus instituciones han experimentado.
El primer cambio que se advierte es en el del educando. El niño o el joven de hoy, es física, neurológica, emotiva, cognitivamente diferente. Tiene acceso, a través de internet y las redes sociales a un cúmulo de datos inimaginables.
El segundo cambio profundo es el referido a la familia. La incorporación de la mujer al mercado laboral y la urbanización que la familia mexicana, ha experimentado el hecho de estar inmersos en desarrollos urbanos masivos y caracterizados por la despersonalización del individuo, presenta condiciones cualitativamente diferentes a las que requiere el aparato educativo.
El tercer cambio es el referido a la sociedad. Si algo nos caracteriza ahora, y contrario a lo que era parte de nuestra tradición y cultura, es la profunda desconfianza que hay en la gente, frente a la solidaridad generalizada de expresamos algo que podríamos definir como autismo social. Con una sociedad tan distinta, la educación no puede ser la misma.
Si bien es cierto que el promedio de años per cápita a nivel nacional es mucho mayor al de décadas pasadas, también debemos reconocer que ello no se traduce en mayores conocimientos, en renovadas destrezas, en mejores habilidades ni en nuevas capacidades de socialización.
Sin duda la escuela fue el centro neurálgico del sistema educativo, pero en virtud de la pandemia, pues como advirtió el anterior Secretario de Educación, la nueva modalidad de educación en casa, llegó para quedarse.
¿A dónde va la educación nacional? ¿Particularmente la educación que proporciona el Estado? El reto de la nueva Secretaria de Educación, Delfina Gómez Alvarez es enorme, y sus credenciales, por lo pronto, no parecen estar a la altura del mismo.
La inversión social en esta materia, puede convertirse en un gasto millonario, con resultados deficientes para el país.
Nuestro sistema educativo padece de muchas carencias y tiene muchos problemas. Seguiremos con este tema en posteriores colaboraciones
